domingo, 22 de febrero de 2009

VIOLENCIA

Violencia. Impotencia. Desamparo. ¿Qué se siente cuando dos tíos sin mediar razón alguna te pegan con tanta violencia que son capaces de romperte un hueso? ¿Qué se siente en esos segundos que median entre el golpe y la conciencia de estar siendo golpeado? ¿Entre el golpe y el dolor? ¿Incredulidad? Una sensación de irrealidad me envuelve cuando pienso en ello. Cuando no eres tú el agredido sino una persona a la que amas y a la que siempre has considerado tu deber, tu obligación proteger. Puedo imaginar e incluso puedo sentir si me sumerjo en ello. La fragmentación de la mente ante la incomprensión de la violencia gratuita y sin sentido. Ese no pensar compuesto de miles de ráfagas de pensamientos. La dureza de la realidad, la caída de nuestra seguridad. De la venda que nos cubre durante casi toda nuestra vida. Esa que nos dice que si no caminamos por sitios solitarios y oscuros durante la noche no nos pasará nada. Qué hay horas seguras para transitar por el mundo. Que los lobos se esconden en sus cubiles y sólo atacan cuando son molestados. Que podemos evitar que nos devoren si tomamos las precauciones debidas. Que somos inmortales y sabemos defendernos de ellos.

No existe tal seguridad. Cualquiera nos lo puede demostrar agrediéndonos en un parque público a las nueve de la noche, cuando no hacemos nada más ni nada menos que caminar por la calle, dirigiéndonos a nuestros asuntos, inmersos en nuestra propia vida. Sólo se necesita un segundo para que todo pueda cambiar totalmente. Hoy podemos superarlo, con un hueso roto, con la nariz rota, se ha hecho lo necesario para curarla, se ha limpiado la sangre, se ha recolocado el hueso, se ha inmovilizado la zona, se curará en un periodo de tiempo más o menos largo; pero… ¿Y nuestra alma? ¿Cuánto costará curar la conmoción recibida al verse inmersa en una violencia no provocada?

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