miércoles, 25 de febrero de 2009

Ejercicio 14º La palabra del día: Carnaval

CARNAVAL

No debo estar aquí y mis padres me suponen inocentemente dormida en la habitación del hotel, pero: ¿Cómo resistirse a la música, al ambiente de las calles que espiaba desde mi ventana solitaria? En cuanto mis padres han salido camino a la fiesta que organizan sus amigos me he deslizado por las silenciosas escaleras del hotel hasta la calle. La máscara negra y la sencilla capa con capucha que he tomado prestada de la criada ocultan mis rasgos y mi juventud. Una vez fuera, una riada de gente me arrastra. Nunca he estado fuera de casa a esas horas y sola.

En medio de la multitud una máscara grotesca salta a mi encuentro. Mi corazón late sobresaltado. La mueca terrorífica, el brillo de los ojos escondidos, el alborotado cabello azul del portador, la larga capa negra forrada en terciopelo rojo toma durante un instante mi campo de visión. Tras una larga carcajada, una caricia enguantada en mi mejilla, se pierde entre los cientos de personas que invaden las calles. Respiro aliviada y me río de mi misma. Estamos en carnaval. Mi actitud cambia y mis miedos desaparecen dejando sólo una sensación de expectativa. Recorro con la mirada la calle invadida de faunos, hadas, diablos, arlequines y polichinelas. Algunas máscaras me devuelven la mirada, entre ellas, una dorada que deja ver el fulgor de unos ojos azules me cautiva; el sombrero de tres picos, el rico y untuoso traje oro y blanco toma ahora de la mano a una joven disfrazada de princesa de cuento y bailan al compás de la música fuerte y pegadiza que inunda la calle. Un cosquilleo recorre mis pies mientras continúo caminando pegada a las paredes de la calle, tratando de pasar desapercibida. Un brazo me enlaza de la cintura, arrancándome un grito de sorpresa, me arrastra hasta el centro de la calle. Un calidoscopio de formas, luces y olores me rodea. El hombre me gira hacía él, toma mi mano y me aprieta contra su pecho. Se inclina y me susurra en el oído: “Bailemos, doncella”. Mareada alzó mi mirada hacía él. Envuelto en un dominó negro, una máscara sobria le cubre parte de la cara. La boca se le curva en una sonrisa voraz y los ojos negros brillan peligrosos.

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